Cambio de Constitución: ¿pasó la tormenta?

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A simple vista parece que lo peor ha pasado. Pese al invierno, el sol brilla más que nunca. Algunos incluso vuelven a la playa. Lima no ha sido “tomada” por asalto. Los “cambiolovers” han perdido tribuna. La gente parece cansada de tanto ruido y se concentra en la chamba.

No obstante, la narrativa sobre la necesidad de un cambio constitucional sigue en el ambiente. Nueva Constitución Socialista es el nombre de una nueva bancada inscrita dentro del Congreso. Algunos congresistas siguen jurando por una “nueva” Constitución. A juzgar por lo que ocurre en Chile –donde el asunto sigue abierto, aunque con tono diferente–, no estamos libres de volver a enfrentar esta discusión más temprano que tarde.

Construir una narrativa en defensa de lo bueno que tiene la Constitución de 1993 (Capítulo Económico) y hacerlo en un lenguaje sencillo ha sido el reto de Andrés Calderón, autor del libro “Verdades y mitos de la Constitución Económica de 1993″. El libro forma parte de una iniciativa impulsada por la Cámara de Comercio de Lima bajo la actual dirección de Rosa Bueno.

“Gracias a la Constitución, las empresas cobran precios exorbitantes”, “la Constitución no establece ningún límite a la actuación de los grandes empresarios”, “el principio de subsidiariedad impide al Estado crear hospitales y escuelas” o “gracias a la Constitución existen cárteles como los de Lava Jato o el ‘club de la construcción’” son algunos de los mitos que forman parte de la narrativa de los “cambiolovers” que Andrés Calderón busca desbaratar con base en evidencia. Lectura sugerida para creyentes y, sobre todo, para no creyentes.

Lamentablemente, no bastan las narrativas alternativas para convencer. La gente vota con la piel. Si los mitos tienen adeptos, es porque hay algo que los motiva a creer en ellos. La ausencia del Estado que no resuelve problemas en salud, educación y seguridad alimenta esos mitos. Pero también el maltrato hacia la gente por algunas empresas. Si debe estar al teléfono más de una hora para que le atiendan un reclamo o lo fuerzan a dar una propina con truquitos en un aplicativo, seguro va a estar tentado a creer en esos mitos.

No es casualidad que, en su momento, el candidato (Pedro) Castillo haya usado a Ripley como un (mal) ejemplo de “monopolio” en su campaña de divulgación de esos mitos. Tampoco que un congresista (Bellido), apelando a los “excesivos cobros” de Latam, busque justificar la necesidad de un cambio (“… es una razón más para una asamblea constituyente”).

El mejor antídoto para evitar la propagación de esos mitos está en manos de las propias empresas. Un consumidor maltratado es un potencial creyente en esos mitos. Atender bien a la gente debiera ser prioridad de los empresarios que se oponen a un cambio constitucional. Cuestionar y sancionar públicamente este tipo de prácticas debiera estar en agenda de gremios empresariales. ¡Cuidado! La tormenta puede volver pronto.