Publicado por: Diario El Comercio 28/09/2025 | Versión impresa
No hay mejor ejemplo de lo perverso que puede ser un monopolio que el servicio de transporte en buses a la ciudadela de Machu Picchu. Quien lo ha creado, lo sostiene y lo alimenta es el propio Estado. No hay razón que justifique su existencia. Un teleférico eliminaría el problema
Quien ha tenido el privilegio de ir a Machu Picchu sabe que la única forma de subir a la ciudadela es mediante un servicio de buses. Hacerlo caminando solo está disponible para los amantes del “trekking”, con buen estado físico y disposición para invertir entre una y dos horas en el ascenso. No hay alternativas. Condiciones perfectas para el abuso.
La tarifa por un servicio de transporte que toma 25 minutos no es barata, por decir lo menos. Además, varía según el pasajero. A los extranjeros les dan con palo: US$24 adultos y US$12 niños (ida y vuelta). A los nacionales les cobran un poco menos: US$15 y US$8. Los cusqueños y residentes de Machu Picchu reciben mejor tanto: S/19 (US$5,39) Y S/8 (US$2,30). Diferenciar a veces puede tener sentido; hacerlo por distrito de residencia en el país, no tanto.
Esto ha venido siendo así desde hace 30 años, bajo el reinado de una empresa que se adjudicó el derecho de operar en exclusividad dicho servicio en 1995. Sus acciones son “netamente machupiccheras”, según su página web. El Estado entregó el monopolio.
Según noticias de hace algunas semanas, el monopolio habría llegado a su fin. Eso está por verse. Se anuncia un concurso para la adjudicación de una nueva concesión y la operación temporal del servicio por otra empresa mientras concluye el concurso. Todo parecer indicar que- luego del despelote de los últimos días- solo habrá cambio de manos; el monopolio pasará de un grupo de vecinos de la zona a otro. No hay razón para pensar que el nuevo operador se comportará mejor que el anterior. Sin competencia en la cancha, todo seguirá igual.
Distinto habría sido el panorama si se hubiera puesto en operación un teleférico a Machu Picchu. En 1998, el Estado firmó un contrato con una concesionaria para construir y operar por 25 años un teleférico. La tarifa única ofrecida era de solo US$10,90 (ida y vuelta). La oposición al proyeyo -azuzada probablemente por los intereses que serían afectados por ese servicio- forzó al Estado a dar marcha atrás en el intento. Al monopolio no le conviene la competencia.
Crear competencia en ese contexto no es fácil. Sin duda hay aspectos técnicos y medioambientales que cuidar. Nadie quiere perder la categoría de maravilla del mundo. La experiencia de Kuélap -donde opera un teleférico desde el 2017 y cuya tarifa única (ida y vuelta) es de S/26,50 (US$7,50)- demuestra que teleférico y preservación de monumentos arqueológicos no son compatibles. Otro ejemplo es Choquequirao, donde se espera (ojalá) adjudicar un teleférico a fines de este año.
Sin competencia, el monopolio y sus efectos perversos persistirán. ¿Quién le pone el cascabel al gato?
Alejandro es Máster en Regulación por el London School of Economics and Political Sciences, Reino Unido. Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Tiene práctica en las áreas de Derecho de la Competencia, Regulación Económica, Regulación en Telecomunicaciones, Energía y Transporte, Responsabilidad Civil Extracontractual, Contratos y Arbitraje. Cuenta con un nivel fluido de inglés.