Con el calzoncillo en la cabeza

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 “Con un nuevo gobierno, es una pena ver funcionarios dispuestos a olvidar su misión para conservar sus cargos”.

La plaza abarrotada. Detrás, como siempre, el pueblo. Delante, también como siempre, los miembros de la Corte. Algunos ocupan cargos por nombramiento del rey anterior. Otros, sin cargo, esperan ser nombrados por el nuevo. Todos queriendo ser elegidos. Y, para eso, muy dispuestos a complacer al nuevo soberano.

El rey aparece en el balcón. A la distancia no se advierte bien qué lleva puesto. No era una corona ni un sombrero. Afinando la vista, por fin queda claro. El rey llevaba, sobre la cabeza, un llamativo calzoncillo rojo.

Los murmullos se multiplican como ecos en una sala vacía. Risillas contenidas. Sorpresa aguantando desbordarse. Compostura forzada para no ser irrespetuoso. Curiosidad evitando preguntar significados.

Los que más buscaban respuestas son los miembros de la Corte. ¿Qué significado tenía ese signo? Algo quiere transmitir el rey con ese gesto. Pero, ¿qué? Sin duda, algo importante. Era, a final de cuentas, su primera aparición pública. Pero, para los miembros de la Corte, la ambigüedad del símbolo no implica ambigüedad en la respuesta.

Al día siguiente, en la segunda presentación pública del rey, como era de esperarse, el pueblo de nuevo atrás en la plaza. Y adelante, también, como era de esperarse, los miembros de la Corte, que llevaban todos, con supuesta prestancia y elegancia, un llamativo calzoncillo rojo en la cabeza.

En las Cortes y el Estado, imitar al soberano es una forma de obtener su gracia, y, con algo de fortuna, un nombramiento. No importa lo contradictorio o absurdo que se vea. El instinto de supervivencia o la ambición de poder no le hacen ascos al ridículo.

Si al soberano le gusta controlar precios, no importa que el mandato de una institución sea fomentar la competencia.

Me ha dado vergüenza ajena ver a los funcionarios del Indecopi salir a los mercados a “monitorear precios” de la canasta básica de productos con su calzoncillo en la cabeza. Han salido a controlar los precios que no pueden controlar. Amenazaban con mandar a pequeños comerciantes a la Fiscalía solo por navegar por una oferta y demanda zamaqueada por la impericia económica del gobierno. No tienen una explicación clara de qué es lo que están haciendo. Finalmente, es difícil explicar con claridad la existencia de lo que no existe.

Y que no digan que eso es lo que siempre han hecho. Eso es simplemente una mentira. Si bien el Indecopi tiene por función monitorear mercados, ello es para detectar prácticas contrarias a la libre competencia. No es para hacer bravuconadas.

Nunca un monitoreo se hace saliendo con coloridos chalecos o visibles distintivos. Si quieres agarrar un cartel o identificar prácticas anticompetitivas, hay que investigar con sigilo e inteligencia. Uno no agarra ladrones entrando a la plaza preguntando a gritos quién se robó un celular. Lo que quieren es atemorizar con la falsa creencia de que con ello bajarán los precios.

El Indecopi no ha salido a cumplir su función. Como los miembros de la Corte, las cabezas del Indecopi quieren preservar sus cargos, y están dispuestos a hacer el ridículo si de satisfacer los caprichos del soberano se trata. Una pena que olviden que su mandato es cumplir la ley y no colocarse prendas graciosas en la cabeza.