Lo que mal comienza…

Tiempo de lectura: 4 minutos

“Luego vino el sistema de AFP. Al ser privado y con capitalización individual tenía mejores incentivos (…) Pero se basa en el mismo error de principio: forzarte a ahorrar sin preguntarte si eso es lo que quieres”

Juan tiene dos sueños. El primero es que sus hijos se gradúen de una universidad. Es más. Quisiera que estudiaran en la mejor universidad posible. Además, quiere una casa propia. Quizás modesta. Pero le asegurará tranquilidad para su vejez. Es un gran esfuerzo. No gana un gran sueldo. Pero sabe que, con constancia, gastando menos por aquí y por allá, ahorrará y podrá lograrlo. Sus dos hijos son excelentes personas. Sabe que si son profesionales, se asegurarán de que no le falte nada cuando él y su esposa sean mayores.

Ahorra el 10% de lo que gana. Un buen día viene el Estado y le dice “Mira, Juan: te vamos a dar una mejor opción. Vamos a quitarte ese 10% y lo vamos a invertir en que tengas una pequeña flota de taxis porque es un buen negocio. Es mejor para ti”.

Pero tener un taxi no es parte de lo que Juan quiere. Con la llegada de los taxis se fue su ilusión de hijos universitarios y casa propia. Y también lo que cree le dará mayor seguridad en el futuro.

Todo eso ya paso. Pasó cuando se creó originalmente el sistema de pensiones y seguridad social estatal que nos quitaba nuestra plata con la oferta de una pensión. Nos forzaron a ahorrar. Y luego entregan pensiones de hambre.

Luego vino el sistema de AFP. Sustituyó al seguro social estatal. Era un mejor sistema. Al ser privado y con capitalización individual tenía mejores incentivos. Las pensiones iban a ser mejores en el agregado. Pero en esencia se basa en el mismo error de principio: forzarte a ahorrar sin preguntarte si eso es lo que quieres hacer.

Siempre he estado en contra del ahorro forzoso. No importa a quién se lo entregues. Se lo quitan al único que le concierne: al Juan de nuestro ejemplo o a cada uno de nosotros. Es una expropiación disfrazada de paternalismos aparentemente bien intencionados, pero falsos.

Nos dicen que es para protegernos de nuestras malas decisiones. Pero reclamo mi derecho a decidir, mal o bien, sobre lo que es mío. Y en todo esto hay una gran hipocresía. El sistema previsional protege a un grupo reducido de trabajadores formales. Para los informales del Perú, sus decisiones de invertir y ahorrar individualmente siguen siendo la única manera de asegurar su futuro.

Quizás crea entonces el lector que apoyo lo que quiere hacer el Congreso. Pero no es así. Lo cierto es que la estupidez no se corrige con otra estupidez. Las reglas equivocadas ya se han reflejado en una realidad. Retirar esa inversión hoy es como chatarrear la flota de taxis y venderla por pedacitos, destruyendo todo el valor que la inversión forzada generó. Y todo en el momento en que esa chatarra esta al menor precio imaginable. No solo me forzaron a invertir, sino que luego me empujan a destruir esa misma inversión.

El descontento contra las AFP nace en que a nadie le gusta que otro maneje su vida y sus ahorros sin su consentimiento. Si es así, quienes reclaman que se liquide parte del fondo de las AFP, para ser consistentes deberían proponer que se liquide y reparta también el sistema previsional estatal que es aún más nefasto que el privado. Al menos en las AFP hay algo que repartir.

Lo cierto es que si el Estado creó un sistema previsional, al margen de su error inicial, no puede ser inconsistente y cambiar las reglas de jue- go en un esquema que, al final, destruirá la inversión misma.