Hay que ser muy cautelosos para invocar el juicio de la historia. Los antecedentes nos traen personajes que no merecen ser recordados.
Es una frase común entre gobernantes y políticos, pronunciada en el clímax de una crisis extrema. Hay diversas variables: “esperamos el juicio de la historia”, “la historia me absolverá” o “busco un lugar en la historia”. Todas tienen en común decir que es mejor olvidarse del hoy. El presente ya no es lo importante; lo importante es cómo seré recordado.
Su uso más reciente: Martín Vizcarra. Hace solo cinco días. Apabullado por el juicio público por su doble fracaso contra la pandemia (el de salud, con un Perú peleando por el récord mundial de contagios, y el económico que nos coloca como el país latinoamericano más afectado), trataba de decirnos que su “importante rol” está siendo hoy incomprendido.
Pero quizás el caso más conocido es el de Fidel Castro. Usó la frase “la historia me absolverá” en el juicio que se le siguió por los asaltos de los cuarteles de Moncada y Carlos Manuel Céspedes, en su intento de desestabilizar al gobierno de Cuba. Muchos admiradores de la revolución cubana consideran la frase un símbolo de la lucha de Fidel Castro, presuntamente reivindicada por el posterior ascenso al gobierno de un violador sistemático de los derechos humanos que lo convirtió, por más de medio siglo, en el líder de la dictadura más larga de la historia del mundo.
Pocas personas saben que la frase de Castro no es original. La pirateó de una versión reducida del alegato de Adolf Hitler en 1924, cuando fue juzgado por el intento de los nazis de dar un golpe de Estado. Cualquier semejanza con Castro no es pura coincidencia.
La frase ha sido usada por Mussolini y Stalin. En circunstancias más “tropicales”, por Cristina Fernández en Argentina, en medio de sus juicios por corrupción; por Alan García y líderes apristas, antes y después (respectivamente) del suicidio del primero, en circunstancias de su detención por serias acusaciones de corrupción; y por Alberto Fujimori durante los juicios que lo llevaron a prisión.
No pretendo equiparar a Vizcarra con Adolf Hitler o Fidel Castro, no solo por la distinta calaña de estos últimos, sino por la evidente diferencia en la trascendencia histórica de los personajes.
Pero si de comparaciones se trata, Vizcarra es el tercer gobernante en el Perú en el último medio siglo que amenaza públicamente con expropiar a quien no le hace caso, sumándose a la infame lista de Velasco Alvarado y al primer gobierno de Alan García en sus fallidos intentos contra la banca y el Golf de San Isidro, donde quería construir la Biblioteca Nacional.
Lo cierto es que la frase suena ridícula en boca de un “líder” cuya mediocridad ha quedado dibujada por su incapacidad de respuesta, su falta de visión para convocar un gabinete técnico capaz de enfrentar la pandemia y su visión cortoplacista que desnudó que no puede correr una carrera de más de 20 metros planos sin quedarse sin aire.
Invocar el juicio de la historia es un recurso simple (“simplón” es un mejor término). Pretende distraer la atención del presente, donde sus actos y omisiones tuvieron consecuencias. E invita a que se lo juzgue dentro de 320 años, cuando ya nadie se acuerde de lo que hizo y su fracaso. La verdad es que hay que ser muy miope para invocar el juicio de la historia cuando uno ha tenido un gobierno digno del olvido.
Agustín se graduó con honores de la Maestría en Políticas Públicas en la Universidad de Cambridge, Inglaterra (2018). Es abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú y tiene amplia experiencia en las áreas de Regulación Económica, Libre Competencia, Competencia Desleal y Derecho Administrativo; con enfoque en los sectores de hidrocarburos, energía, infraestructura de transporte, entre otros. Cuenta con un nivel fluido de inglés.